Bienvenidos al blog de Catequesis Bíblica.

Es una herramienta en la cual nos ofrece una ayuda para como poder ir preparando una catequesis bíblica para ayudarnos a profundizar un poco más en lo que creemos, pero también en la formación de los sacramentos de iniciación y como tiene su referencia en la Sagrada Escritura.

lunes, 5 de marzo de 2012

Catequesis Bíblica: Tema I

Hemos considerado hasta ahora la historia de la salvación como historia de las grandes maravillas de Dios. Pero esto no es más que un aspecto de la misma. La historia de la salvación es, además, la historia del pecado. Por una parte tenemos la historia tal como Dios la realiza, con sus fines y por sus caminos. Por otra, la historia tal como los hombres quieren construirla, con fines humanos y con medios también puramente humanos. Estas dos historias se encuentran continuamente. El choque de ambas se expresa existencialmente en la oposición de las potencias del mundo, que representan la historia del pecado, con los testigos de Dios, representantes de la historia sagrada. La lucha entre los profetas y los reyes del Antiguo Testamento, la pasión de Cristo, el martirio de los cristianos, son otras tantas manifestaciones de este choque.

A este conflicto se le da una importancia extraordinaria en las catequesis antiguas. Leemos en el De catechizandis rudibus ( AGUSTÍN-SAN) «Dos ciudades, la de los pecadores y la de los santos recorren la historia, desde la creación de la humanidad hasta el fin de los siglos; actualmente están mezcladas en cuanto al cuerpo, separadas en cuanto a las voluntades; el día del juicio se separarán también corporalmente. Todos los hombres que se complacen en el ansia de poder y en el espíritu de dominio, en la gran ilusión del prestigio mundano, cuantos aman estas cosas y buscan su propia gloria, sometiéndose a los hombres, forman una misma ciudad. Y aun cuando luchen entre sí por estos mismos bienes, se precipitan en los mismos abismos por el peso de la misma concupiscencia y se asemejan por la igualdad de costumbres. Y, al contrario, todos aquellos que buscan humildemente la gloria de Dios, pertenecen a una misma ciudad».

Con estas palabras nos introduce Agustín en las profundidades dramáticas de la historia de la salvación. Según este texto, las dos ciudades se componen de ángeles y de hombres. El drama humano se integra en un drama más profundo, en el conflicto que opone las potencias espirituales que tienen a la humanidad cautiva y a los ángeles de Dios, cuyo rey es Cristo. El conflicto humano es como la manifestación visible de ese otro conflicto espiritual. Para Agustín, como para todos los padres, hay una relación íntima entre los ángeles malos y las idolatrías terrenas. El choque de las dos ciudades es la lucha de los adoradores del verdadero Dios con los adoradores de los ídolos. Adoradores de los ídolos son todos aquellos que convierten las realidades humanas en algo absoluto.

Los ángeles malos de las naciones siguen existiendo siempre y reaparecen cuando una nación o una clase o una colectividad, sea cual fuere, se toma a sí misma como fin. O, como caso extremo, cuando la humanidad entera se convierte en ídolo de Si misma. HTSV/HT-HUMANA: Esto nos obliga a tocar un punto esencial, el de la relación entre la historia de la salvación y la historia política y económica. Para san Agustín todo entra dentro de la historia de la salvación. No hay historia profana con valor y consistencia propios. Nada hay fuera del designio único de Dios y del dominio único de Cristo. ¿Es que entonces la historia profana se identifica con la ciudad de Satanás? Tal afirmación sería ajena totalmente al pensamiento cristiano. Las ciudades entran en la creación y son buenas en sí mismas (Por esto "está mandado que todos obedezcan a los poderes de este mundo hasta la liberación escatológica". Figura de ello la tenemos en la sumisión de Israel al rey de Babilonia). Pero en realidad la historia política se convierte en la ciudad de Satanás cuando se toma por fin a sí misma. Y esto ocurre con bastante frecuencia, hasta el punto de que los poderes temporales son con frecuencia representativos de las potencias de la ciudad de Satanás, perseguidora de la ciudad de Dios. Sin embargo, los príncipes y los poderes de este mundo pueden entrar en la ciudad de Dios cuando «los reyes mismos, dejando los ídolos, en cuyo nombre perseguían a los cristianos, reconocen y adoran al verdadero Dios y al Señor Jesús, y cuando dan la paz a la iglesia, aunque sea sólo una paz temporal, para la edificación de sus moradas espirituales». No hay término medio entre las dos. No hay un orden profano propio que pudiera entrar en el plan de Dios sin entrar en el plan de Cristo y de la Iglesia. Todo lo que está fuera de esta línea, todo aquello que no reconoce la soberanía de Dios, pertenece a la ciudad de Satanás, y a la historia carnal. La frontera, sin embargo, como recuerda san Agustín, no se distingue visiblemente. Se puede entrar visiblemente en la Iglesia y pertenecer a la ciudad de Satanás, y viceversa.

P-O/HT-HUMANA: Hay que advertir que esta visión de la historia no es sólo una visión teológica, es la clave de la historia aun desde un punto de vista puramente empírico. EI gran historiador inglés Butterfield observa, en Christianity and History, que todas las interpretaciones de la historia marxista o liberal, racista o personalista, han fracasado. Esto se debe, según él, a que son autojustificaciones. Nada hay peor que un idealismo optimista que pretenda que su solución es la única válida. Aquí radica precisamente la idolatría: «hay un principio esencial para el historiador, el no creer en la naturaleza humana. No se comprende nada de la historia humana si no se parte del principio del pecado universal». La historia humana es la historia del pecado del hombre frente a Dios, de la fidelidad de Dios y de la infidelidad del hombre.

PROFECIA/QUE-ES: Según esto la historia de la salvación  comprende también la historia profana. La raíz profunda de esta  historia, por encima de las apariencias superficiales que parecen hacerla depender de los conflictos nacionales o racistas, es una raíz teológica. Pero esto no basta. Hay que ir más lejos aún. La historia sagrada comprende no sólo la totalidad de la historia humana, sino la totalidad de la historia cósmica (Cirilo de Jerusalén: ·CIRILO-JERUSALEN-S: subraya esto: "Por el espíritu de profecía (que es la inteligencia religiosa de la historia) el hombre, a pesar de su pequeñez, ve el principio y el fin del cosmos y el centro de los tiempos y conoce la sucesión de los imperios" ). La historia santa no se sitúa sólo en el mundo de la naturaleza y en una historia natural, en la que haya hecho irrupción, sino que abraza esta historia de la que es incluso constitutiva. El verbo redentor es el mismo que el verbo creador.

Por esto tenemos que hacer aquí una advertencia importante, y es que, para nuestra catequesis la historia de la salvación no comienza con la elección de Abrahán, sino con la creación. San Agustín lo repite frecuentemente. La "narratio plena" comienza con «en el principio creó Dios los cielos y la tierra». Y en esto la catequesis no hace más que seguir a la misma Escritura, que es la verdadera historia. Lo mismo hace san Ireneo, con especial empeño contra los gnósticos, que distinguían el demiurgo creador del Dios redentor. La creación del universo es el primer acto del plan de Dios que terminará con la creación de los cielos nuevos y de la nueva tierra. La creación es una obra admirable de Dios. Revela, por una parte, la radical dependencia de todo el universo en relación con Dios. Pero, por otra, es una acción histórica, un comienzo de los tiempos y, en este sentido, forma parte de la historia de la salvación. La historia de la salvación, como acabamos de notarlo, terminará también con un acontecimiento cósmico, la resurrección de los cuerpos. En realidad sería mejor designar esta resurrección como la creación del nuevo cosmos, pues no se refiere sólo a los cuerpos, sino que se extiende a toda la creación. Por consiguiente, la historia de la salvación se sitúa entre dos acciones de alcance cósmico, que comprenden la totalidad del universo. San Agustín, por su parte, relaciona expresamente ambas acciones. La esperanza de la resurrección es la que encuentra más oposición entre los paganos: «¿Por qué no creer que existirás después de haber existido, cuando sabes que existes después de no haber existido? ¿Es difícil para Dios que te ha dado tu cuerpo cuando no existía, rehacerlo una vez que ya ha existido?».

Así pues, la historia de la salvaci6n se sitúa entre dos acciones cósmicas. Pero en el cosmos no repercuten sólo estas dos acciones. La resurrecci6n de Cristo, situada en el centro de la historia, es también una acción creadora. El mismo Verbo de Dios, por quien todo ha sido hecho, es el mismo que, al fin de los tiempos, vendrá a rehacerlo todo. "Como es el Verbo de Dios todopoderoso, cuya presencia invisible está en nosotros y llena el universo, Él continúa su influjo en el mundo, en toda su longitud, latitud, altura y profundidad; pues por el Verbo de Dios todo se halla bajo el influjo de la economía redentora, y el Hijo de Dios fue crucificado por todo, habiendo trazado el signo de la cruz sobre todas las cosas. Pues era justo y necesario que aquel que se había hecho visible, llevase todas las cosas visibles a participar en su cruz, y de esta manera, bajo una forma sensible, su influjo propio se ha hecho sentir sobre las mismas cosas visibles. Pues Él es quien ilumina las alturas, es decir, los cielos, es Él quien penetra las profundidades de los infiernos, Él el que recorre la larga distancia del oriente al occidente, Él el que une el inmenso espacio del norte al mediodía, llamando al conocimiento de su Padre a todos los hombres de cualquier región».

Esto es importante para la catequesis. EI hombre moderno tiene conciencia profunda de su cautividad. Se inclina hacia movimientos que prometen sacarle de esa esclavitud económica o psicológica, por la ciencia o por la revolución. Si se le presenta un cristianismo idealista que prescinde de la miseria social y física del hombre, si se  le ofrecen consuelos puramente espirituales, el cristianismo no le interesa. Pero al mismo tiempo hay que hacerle ver que las soluciones humanas no le liberan auténticamente, ni siquiera de esa misma miseria humana; que la aspiración última de la ciencia, la prolongación indefinida de la vida humana, sería el peor infierno; que sólo Jesucristo ha bajado hasta los abismos de la miseria humana, ha vencido la muerte y ha liberado al hombre plenamente de su cautividad. De aquí la importancia del aspecto cósmico de la redención, la afirmación de la resurrección, es decir, de la victoria de Cristo sobre todas las formas de la muerte. También es importante esto desde otro punto de vista. El hombre moderno está habituado a considerar el mundo como fruto de una evolución cósmica. Si no se le hace ver que el orden cósmico está dominado por la cruz de Cristo, sometido a su acción soberana, hay peligro de que la historia sagrada se pierda en la historia natural, que Cristo se disuelva en el devenir cósmico. Ciertas visiones cristianas de la evolución no escapan a este peligro. Hay que hacerle ver que no se trata de una evolución inmanente, sino de acciones creadoras del Verbo. El mundo del cosmos, visto desde la perspectiva de la historia de la salvación, es el teatro de la acción del Verbo creador, que lo ha puesto en la existencia, que no cesa de sostenerlo y que, caído en poder de las tinieblas, ha venido, no a destruirlo, sino a liberarlo y transfigurarlo.

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