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martes, 6 de marzo de 2012

LA PALABRA INSPIRADA: Parte I.

La liturgia nos ha acostumbrado a responder «Palabra de Dios» al final de las lecturas bíblicas, sean Evangelios o epístolas o textos del AT. Nos parece obvio y sencillo: ¿qué más simple que decir: éstas son palabras de fulano? Pues lo mismo decimos de un texto que es «palabra de Dios». ¿Lo mismo? ¿Habla Dios al hombre lo mismo que uno habla a su amigo? Veamos: hay personas que dan órdenes a su perro, le llaman por un nombre que el perro reconoce, hasta le dicen frases, que el animal no entiende. ¿Habla lo mismo un joven a su novia? El perro está en otro nivel; la comunicación es limitada, la respuesta del animal no es más que reacción a estímulos, no hay comprensión ni diálogo. Pues la distancia del hombre al perro es infinitamente menor que la distancia de Dios al hombre: ¿cómo puedo afirmar en serio que es «palabra de Dios»?

Si pensamos en lo que se ha de comunicar, es la hondura impenetrable, el abismo insondable de la divinidad. Si nos fijamos en el lenguaje, vibración modulada del aire, ¿usa Dios un lenguaje material? Si atendemos al receptor, ¿puede el hombre sintonizar con la onda divina? Resulta que la frase obvia y sencilla es, en realidad, compleja y misteriosa. Efectivamente, cuando decimos «palabra de Dios», profesamos nuestra fe en el misterio. Si Dios es omnipotente, puede también comunicarse con una criatura que ha creado como interlocutor, capaz de recibir la comunicación divina. No nos conformamos con profesar nuestra fe, queremos entender algo, lo más posible, para ilustrar nuestra fe. Para empezar, lo mejor es sorprenderla delante como problema para ocupar una mente devota y humilde. Cuando decimos conscientemente «palabra de Dios» ¿qué queremos decir? Pues bien, empezamos a reflexionar, y el problema agudiza su arista espesa, su impenetrabilidad. Pues si escuchamos palabras de una lengua humana, ¿puede Dios hablarnos en palabras humanas? Si ha de hablar a los hombres, no puede hacerlo de otro modo. La palabra es medio de comunicación interpersonal cuando la lengua es compartida por ambas personas: un medio común hace de los dos vasos comunicantes. Pero, ¿puede Dios tener un lenguaje común con los hombres? La trascendencia hay que tomarla en serio. Solamente en un esfuerzo de bajar, de «condescender», puede Dios dirigirse a nosotros en palabras humanas. A esta bajada de Dios la llamaron los Padres griegos synkatabasis, y los latinos tradujeron condescentia. Dios condesciende y nosotros ascendemos para hablar de Dios en analogías válidas.

Damos otro paso mental, y el problema se nos complica aún más. En efecto, podría Dios hacer vibrar el aire en las frecuencias sucesivas de una sentencia gramatical. El hombre que lo escuchase escucharía palabras humanas. Pero no dichas por hombres. Del mismo modo, Dios podría hacer hablar a un ángel o suscitar en los centros nerviosos un sistema de sensaciones equivalente, podría actuar directamente en la fantasía. Todo ello sería lenguaje humano, pero no hablado por hombres. ¿Es la forma ideal de comunicación divina? No es la forma de la encarnación.

Otro articulo de nuestra fe nos coloca en la pista segura: Dios habló en palabras rigurosamente humanas dichas por hombres: «habló por los profetas». Yo escucho un texto bíblico, y reconozco la voz o el estilo de Isaías Segundo, la fuerza expresiva de Pablo, la alusión simbólica de Juan. Algo misterioso tiene que acaecer en Jeremías, en Lucas para que, hablando ellos, hable por ellos Dios. Efectivamente, se realiza una acción misteriosa, que Pedro formula así: «hombres como eran, hablaron de parte de Dios movidos por el Espíritu Santo» (2 Pe 1,21). Como una barca que empuja el viento y traza la estela de su viaje, así los autores bíblicos iban hablando, en nombre de Dios, por la acción del Espíritu. El resultado de dicha acción nos lo expone la segunda carta a Timoteo 3,16: «Todo escrito inspirado por Dios sirve para enseñar...». Llegamos a un descanso en el camino de preguntar al contemplar la vinculación de Logos y Pneuma, de Palabra y Espíritu. Por una acción específica del Espíritu, es el poema de Jeremías «palabra de Dios». Llamamos a esa acción carisma de inspiración. Carisma de lenguaje que se ha de emparejar con los de conocer misterios y de obrar milagros.

Decimos «palabra inspirada», y podríamos cruzar significados y funciones para decir: «Espíritu apalabrado». La unión de palabra (o boca, labios, lengua) y espíritu se presenta en la Biblia como dato narrativo o como paralelismo poético: En Gn 1 suena la palabra soberana de Dios y el Espíritu se cierne sobre las aguas. Is 34,16: «Lo ha mandado la boca del Señor, su aliento los ha reunido». Sal 33,6: «La palabra del Señor hizo el cielo, el aliento de su boca, sus ejércitos» 2 Sam 23,2: «El Espíritu del Señor habla por mí, su palabra está en mi lengua». 

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